Evangelio según San Mateo 13,47-53
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Siempre he pensado que hay algo así como un registro memorístico en el historial de cada hombre —y, por ende, de toda la humanidad— que va recogiendo y sintetizando los progresos alcanzados, especialmente los intelectuales y los espirituales, y quedan éstos grabados en alguna de las capas profundas del recuerdo; todavía más, he pensado que ese compendio histórico de información de alguna manera es incorporado en el código genético de los seres, constituyéndose así en una suerte de legado que recogen las nuevas generaciones, las que se incorporan de esta manera con un cierto bagage de conocimientos previos que van más allá de lo que biológicamente propone la cadena de ADN cuando entra en acción para producir un nuevo ser. Alguna vez, si Dios me da capacidad de vida y de orden a mis pensamientos, talvez desarrolle, aunque sea para mi personal conformidad, estos pensamientos. Baste, por ahora, decir que en la base de este pensamiento encuentro la explicación de lo maravilloso que resulta comprobar la capacidad de síntesis del ser humano, cuyo progreso nos asombra generación tras generación, cuyo beneficio es que cada nueva generación no necesita rehacer el detalle de toda la historia transcurrida de la humanidad para situarse en un punto de conocimientos pre-adquiridos a partir de los cuales construye su propia parte de la historia. En la porción del Evangelio de N.S. que se nos ofrece hoy en reflexión, creo encontrar un punto de reafirmación en este pensamiento antes esbozado: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". A menudo nos preguntamos de qué forma podríamos alcanzar ese conocimiento profundo del saber y del querer de Dios que pudiera sernos útil para mejorar nuestro servicio. Desearíamos contar con los recursos de tiempo y espacio, además de los económicos, para poder matricularnos en una escuela tal que nos permitiera acceder a esa ciencia y obtener, transcurrido un tiempo prudencial, el diploma que nos acredite como autoridades en el conocimiento del Reino. Jesús nos ha hecho partícipes de una información que está por allí, en lo profundo del arcón de nuestros recuerdos, que nos revela, talvez, la didáctica para satisfacer nuestra curiosidad y anhelos. "Hazte pequeño como un niño", nos dice. "Yo te alabo, Padre, porque desvelas estos secretos a los más humildes y se los ocultas a los más sabios"; "¿Queréis que os muestre dónde está esta el Reino? ¡Miren alrededor vuestro y allí lo verán!"; "¿Quieren y piden entrar en mi Reino? ¡Miren dentro de ustedes mismos y verán que el Reino está ya instalado dentro de ustedes mismos!" "¿Quieren conocer lo que su destino les depara? Recuerden lo que ha sido su vida y hagan un saneamiento, como un administrador astuto, de las cuentas que han que rendir al término de la jornada". "Sean, en fin, como el dueño de casa que va hasta el desván y abre el arcón de todos los hechos atesorados en su historia: allí re-encontrarán la conciliación entre lo nuevo y lo viejo. Allí encontrarán abundante y suficiente material para rehacer, enmendar, reconstruir... Y motivos de sobra para dar gracias al Padre por su infinita misericordia y su sabia providencia que hace que la VIDA, el ESPÍRITU se mantenga mientras ustedes duermen."
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Siempre he pensado que hay algo así como un registro memorístico en el historial de cada hombre —y, por ende, de toda la humanidad— que va recogiendo y sintetizando los progresos alcanzados, especialmente los intelectuales y los espirituales, y quedan éstos grabados en alguna de las capas profundas del recuerdo; todavía más, he pensado que ese compendio histórico de información de alguna manera es incorporado en el código genético de los seres, constituyéndose así en una suerte de legado que recogen las nuevas generaciones, las que se incorporan de esta manera con un cierto bagage de conocimientos previos que van más allá de lo que biológicamente propone la cadena de ADN cuando entra en acción para producir un nuevo ser. Alguna vez, si Dios me da capacidad de vida y de orden a mis pensamientos, talvez desarrolle, aunque sea para mi personal conformidad, estos pensamientos. Baste, por ahora, decir que en la base de este pensamiento encuentro la explicación de lo maravilloso que resulta comprobar la capacidad de síntesis del ser humano, cuyo progreso nos asombra generación tras generación, cuyo beneficio es que cada nueva generación no necesita rehacer el detalle de toda la historia transcurrida de la humanidad para situarse en un punto de conocimientos pre-adquiridos a partir de los cuales construye su propia parte de la historia. En la porción del Evangelio de N.S. que se nos ofrece hoy en reflexión, creo encontrar un punto de reafirmación en este pensamiento antes esbozado: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". A menudo nos preguntamos de qué forma podríamos alcanzar ese conocimiento profundo del saber y del querer de Dios que pudiera sernos útil para mejorar nuestro servicio. Desearíamos contar con los recursos de tiempo y espacio, además de los económicos, para poder matricularnos en una escuela tal que nos permitiera acceder a esa ciencia y obtener, transcurrido un tiempo prudencial, el diploma que nos acredite como autoridades en el conocimiento del Reino. Jesús nos ha hecho partícipes de una información que está por allí, en lo profundo del arcón de nuestros recuerdos, que nos revela, talvez, la didáctica para satisfacer nuestra curiosidad y anhelos. "Hazte pequeño como un niño", nos dice. "Yo te alabo, Padre, porque desvelas estos secretos a los más humildes y se los ocultas a los más sabios"; "¿Queréis que os muestre dónde está esta el Reino? ¡Miren alrededor vuestro y allí lo verán!"; "¿Quieren y piden entrar en mi Reino? ¡Miren dentro de ustedes mismos y verán que el Reino está ya instalado dentro de ustedes mismos!" "¿Quieren conocer lo que su destino les depara? Recuerden lo que ha sido su vida y hagan un saneamiento, como un administrador astuto, de las cuentas que han que rendir al término de la jornada". "Sean, en fin, como el dueño de casa que va hasta el desván y abre el arcón de todos los hechos atesorados en su historia: allí re-encontrarán la conciliación entre lo nuevo y lo viejo. Allí encontrarán abundante y suficiente material para rehacer, enmendar, reconstruir... Y motivos de sobra para dar gracias al Padre por su infinita misericordia y su sabia providencia que hace que la VIDA, el ESPÍRITU se mantenga mientras ustedes duermen."