
Bueno, querida Skadi..., te devuelvo el mensaje, tal como lo establece el protocolo. Pero te lo envío a ti primero y en exclusiva; ya lo enviaré a continuación a tantos que me importan en la vida. Ayer, nada más, en una charla dada a un grupo de catequistas en una parroquia de esta ciudad, recordaba con ellos el pasaje en que Jesús le hace por tres veces esa pregunta tan decisiva a Pedro: “Simón, hijo de Jonás: ¿Me amas?” Y la respuesta, forzada, del discípulo: "¡Señor!..." (¿Por qué insistes en preguntarme?) "...Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo". Como Jesús no contaba con Internet ni con la posibilidad de recibir un pps a través de un e-mail, tuvo que arriesgarse a ser más directo que tú y que yo, y enfrentó face to face a quien había distinguido no sólo con su amistad, sino como su heredero en la protección del rebaño; las "indirectas" no le habían resultado ya antes a Jesús cuando suspirando decía que “el Hijo del Hombre no tenía donde reclinar la cabeza”; tampoco estaba conforme con las miradas y gestos elocuentes de cariño de la Magdalena. Tenía ansias de sentirse amado y nadie, de motu propio, le dijo, "¡...te amo!"; y eso que él mismo no había desperdiciado oportunidad de proclamar que el amor era lo más importante... —¡qué digo!: lo esencial— y que todo lo que él había hecho era nada más que por amor y en prueba de ese amor. ¿Quedaría Jesús contento con la respuesta de Pedro? Al menos conforme, pienso que sí. Pero, ¿contento...? La respuesta de Simón no se limitó a ese apasionado y escueto “¡Te amo!” que esperaba Jesús y que hubiera sido suficiente. Adivino en el relato de Juan la vacilación previa de Pedro antes de admitir su respuesta, indicativa, tal vez, de su humano cohibimiento ante lo directo de la pregunta formulada por su Maestro en presencia de sus compañeros... ¿Sintió vergüenza, Pedro, de confesar públicamente a Jesús su cariño? Yo desconozco las inflexiones de la lengua en que este diálogo fue realizado; pero me llama la atención el que en las versiones traducidas de los evangelios, en este pasaje, se emplean dos formas verbales, una para preguntar y la otra para responder. Jesús pregunta: “¿Me amas?”; a lo que Pedro, invariablemente, responde “¡Te quiero!” Siempre he sentido curiosidad por estos usos lingüísticos, por la significación que hay detrás de uno y de otro: ¿Es lo mismo "amar" que "querer"? El diccionario me da algunas pistas, cuando me señala que amor es el “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear” y que, cariño, es una “Inclinación de amor o buen afecto que se siente hacia alguien o algo”. Un "sentimiento intenso", definido, versus una “Inclinación a amar” o, apenas, un “buen afecto”. Pregunto, nuevamente; ¿Respondió Pedro, efectivamente, a lo que primero Jesús le pidió? Los estudiosos de la Palabra parecen coincidir en que la triple pregunta de Jesús hecha al mismo interlocutor, es como una reprimenda subliminal merecida por su pasada triple negación. Yo estoy imaginando, ahora, algún suspiro —no captado por Juan— de Jesús tras la segunda respuesta, y en la tercera reformulación de su pregunta, ya no volverá preguntarle “¿Me amas?” sino que empleará la misma expresión, conceptualmente más estrecha, dada por Pedro en sus dos respuestas anteriores: “¿Me quieres?” Es como para presentir lo que pensaba Jesús: “¡Qué le vamos a hacer, es lo que hay!” Si nos fijamos un poco, nuestra actitud para expresar amor a los demás, es similar a la actitud de Pedro: alguien nos dice “¡Te amo!” y nosotros respondemos, “Sí; yo también te quiero...” Alguien nos dice que lo que siente por nosotros es un compromiso de donación absoluta y nosotros, en reciprocidad, entregamos sólo una manifestación de afecto, muuuy graaande, claro..., pero que no es capaz de superar la barrera de sus límites, para amar al otro con la intención de completarlo. Ocurre entre padres e hijos, y entre esposos incluso. Recuerdo a mi padre. Siempre asumía una actitud recatada cuando yo le decía, "¡Papá, te amo!". Creo que él hubiera preferido que solamente le dijera "te quiero". Lo mismo sorprendo en mis hijos y lo mismo en mi esposa. Pero, comprendo que es sólo la barrera del humano pudor frente al compromiso de la recta inteligencia de los significados reales de los términos. Yo sé que también ellos me aman.