"En el transcurso de su historia, y en particular en los últimos cien años, la Iglesia nunca ha renunciado —según la expresión del Papa León XIII— a decir la «palabra que le corresponde» acerca de las cuestiones de la vida social. Continuando con la elaboración y la actualización de la rica herencia de la Doctrina Social Católica, el Papa Juan Pablo II, por su parte, ha publicado tres grandes encíclicas —Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus—, que constituyen etapas fundamentales del pensamiento católico sobre el argumento. Por su parte, numerosos Obispos, en todas las partes del mundo, han contribuido en estos últimos años a profundizar la doctrina social de la Iglesia. Lo mismo han hecho muchos estudiosos, en todos los Continentes."
Con estas palabras iniciando su carta oficial, el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano, hizo entrega oficial al Santo Padre Juan Pablo II, en junio de 2004, del trabajo de recopilación y síntesis de todo lo expuesto hasta entonces por la Iglesia en relación a las cuestiones sociales, fijadas como su posición doctrinal sobre la materia. Este corpus se ha denominado "Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica".
Para los diáconos permanentes este corpus tiene un carácter constitucional en lo que concierne a la institución y ajecución de nuestro ministerio. Baste recordar que la institución del diaconado se hizo en los primerísimos tiempos de la acción evangelizadora de la Iglesia, como un servicio debido a los más humildes del pueblo de Dios en la atención de las mesas y de las viudas. Avanzado el tiempo, pero no tan lejanamente a los tiempos de la institución de este ministerio sagrado, San Lorenzo —elevado en la historia a la calidad de Santo Patrono del Diaconado— dio testimonio de que la mayor riqueza de la Iglesia eran los pobres, y ofreció su vida en martirio como tributo a la pública exposición de ese principio básico de la expresión de caridad cristiana revestida del amor de Cristo.
Luego de un largísimo tiempo de disminución de este servicio ministerial, el Concilio Vaticano II lo repuso en plenitud. Hoy son ya miles los diáconos permanentes ordenados en las distintas Iglesias del mundo. En una gran parte de esas iglesias locales, no ha sido repuesto. Quizás por el temor o prevención con que muchos obispos asumen el compromiso de la opción preferencial por los pobres. Pero, no nos engañemos. En aquellas diócesis donde el diaconado permanente se ha restablecido, éste no siempre cumple un rol fundamental en materia de testimonio de servicio a los más pobres —entendiéndose por los más pobres no sólo a quienes carecen de medios materiales de básico sustento, sino a todos quienes de una u otra forma ven o sienten que son marginados de la cristiana solidaridad de sus hermanos en la fe en tiempos de deprivación o angustia de cualquier tipo. A veces, por falta de fe o, al menos, de una fe madura. Otras por simple abulia. Y aun por salvar intereses económicos de algunos centros de poder y, hasta quizás, como producto de negociaciones para obtener para la propia iglesia algunos apoyos de sustento material. En todos los casos, podemos reconocer como una grave falencia en nuestra formación el desconocimiento profundo de los principios fundamentales en que se basa la solidaridad fraterna. Y cómo no, en el detalle profético que demandan las situaciones sociales específicas a cada región y a cada época de la historia.
Mis hermanos en el diaconado conocen ya mi posición personal frente a lo que debería ser el signo visible de nuestro ministerio en medio del mundo actual. Pero como, al parecer es una cuestión muy densa, de variadas y espinudas aristas, no nos damos el tiempo para abordarla en toda su extraordinaria y fundamental importancia. En suma, hemos sido ordenados como ministros de la caridad y carecemos de la información y de la formación necesarias para un digno ejercicio del ministerio. No digamos de los espacios al interior de la estructura jerárquica. Estos deben sernos concedidos, pero, aquellos, pertenecen a la disposición personal para accederlos, de modo similar como cuando pedimos que el Espíritu ilumine y potencie nuestras acciones, pero no le abrimos una ventana o puerta en nuestro ser para que ese Espíritu se introduzca y se asiente.
En fin; lo que pretendo es que como diáconos comprometidos en nuestro ministerio, venzamos el cansancio, la indiferencia, el temor o hasta el odio o aversión que estemos experimentando hacia las cuestiones —más bien necesidades— sociales del pueblo cuyo servicio nos ha sido confiado.
A continuación, les presento una conferencia dictada como parte de un programa de formación permanente por Fr. Ashley Beck, en 2006, a diáconos del Reino Unido, sobre la publicación en 2004, del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Será, espero, una forma de empezar a cubrir esta falencia en nuestra formación ministerial. Será una base que nos permitirá, a los más constantes, a profundizar en el Compendio completo y, por qué no, en los documentos que constituyen su fuente, es decir, desde el Libro del Génesis hasta los documentos oficiales de la Iglesia contemporánea.
El documento que les ofrezco es una traducción que he efectuado directamente del texto en inglés, y que podrán revisar en los enlaces de internet que incluyo separadamente, así como también los que corresponden al texto íntegro del Compendio.
Diácono Sergio.
Con estas palabras iniciando su carta oficial, el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano, hizo entrega oficial al Santo Padre Juan Pablo II, en junio de 2004, del trabajo de recopilación y síntesis de todo lo expuesto hasta entonces por la Iglesia en relación a las cuestiones sociales, fijadas como su posición doctrinal sobre la materia. Este corpus se ha denominado "Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica".
Para los diáconos permanentes este corpus tiene un carácter constitucional en lo que concierne a la institución y ajecución de nuestro ministerio. Baste recordar que la institución del diaconado se hizo en los primerísimos tiempos de la acción evangelizadora de la Iglesia, como un servicio debido a los más humildes del pueblo de Dios en la atención de las mesas y de las viudas. Avanzado el tiempo, pero no tan lejanamente a los tiempos de la institución de este ministerio sagrado, San Lorenzo —elevado en la historia a la calidad de Santo Patrono del Diaconado— dio testimonio de que la mayor riqueza de la Iglesia eran los pobres, y ofreció su vida en martirio como tributo a la pública exposición de ese principio básico de la expresión de caridad cristiana revestida del amor de Cristo.
Luego de un largísimo tiempo de disminución de este servicio ministerial, el Concilio Vaticano II lo repuso en plenitud. Hoy son ya miles los diáconos permanentes ordenados en las distintas Iglesias del mundo. En una gran parte de esas iglesias locales, no ha sido repuesto. Quizás por el temor o prevención con que muchos obispos asumen el compromiso de la opción preferencial por los pobres. Pero, no nos engañemos. En aquellas diócesis donde el diaconado permanente se ha restablecido, éste no siempre cumple un rol fundamental en materia de testimonio de servicio a los más pobres —entendiéndose por los más pobres no sólo a quienes carecen de medios materiales de básico sustento, sino a todos quienes de una u otra forma ven o sienten que son marginados de la cristiana solidaridad de sus hermanos en la fe en tiempos de deprivación o angustia de cualquier tipo. A veces, por falta de fe o, al menos, de una fe madura. Otras por simple abulia. Y aun por salvar intereses económicos de algunos centros de poder y, hasta quizás, como producto de negociaciones para obtener para la propia iglesia algunos apoyos de sustento material. En todos los casos, podemos reconocer como una grave falencia en nuestra formación el desconocimiento profundo de los principios fundamentales en que se basa la solidaridad fraterna. Y cómo no, en el detalle profético que demandan las situaciones sociales específicas a cada región y a cada época de la historia.
Mis hermanos en el diaconado conocen ya mi posición personal frente a lo que debería ser el signo visible de nuestro ministerio en medio del mundo actual. Pero como, al parecer es una cuestión muy densa, de variadas y espinudas aristas, no nos damos el tiempo para abordarla en toda su extraordinaria y fundamental importancia. En suma, hemos sido ordenados como ministros de la caridad y carecemos de la información y de la formación necesarias para un digno ejercicio del ministerio. No digamos de los espacios al interior de la estructura jerárquica. Estos deben sernos concedidos, pero, aquellos, pertenecen a la disposición personal para accederlos, de modo similar como cuando pedimos que el Espíritu ilumine y potencie nuestras acciones, pero no le abrimos una ventana o puerta en nuestro ser para que ese Espíritu se introduzca y se asiente.
En fin; lo que pretendo es que como diáconos comprometidos en nuestro ministerio, venzamos el cansancio, la indiferencia, el temor o hasta el odio o aversión que estemos experimentando hacia las cuestiones —más bien necesidades— sociales del pueblo cuyo servicio nos ha sido confiado.
A continuación, les presento una conferencia dictada como parte de un programa de formación permanente por Fr. Ashley Beck, en 2006, a diáconos del Reino Unido, sobre la publicación en 2004, del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Será, espero, una forma de empezar a cubrir esta falencia en nuestra formación ministerial. Será una base que nos permitirá, a los más constantes, a profundizar en el Compendio completo y, por qué no, en los documentos que constituyen su fuente, es decir, desde el Libro del Génesis hasta los documentos oficiales de la Iglesia contemporánea.
El documento que les ofrezco es una traducción que he efectuado directamente del texto en inglés, y que podrán revisar en los enlaces de internet que incluyo separadamente, así como también los que corresponden al texto íntegro del Compendio.
Diácono Sergio.
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